El intento de agresión por parte de un simpatizante a un juez asistente debería generar un urgente y visible límite sobre el comportamiento del público del rugby en Tucumán. El episodio se produjo en la cancha del club Cardenales, durante un encuentro con Jockey Club. El hincha del equipo local le reclamó al asiste por una acción del juego y después intentó aplicarle un cabezazo. Los crecientes cuestionamientos, acusaciones, insultos y amenazas que sufren los árbitros cada fin de semana, esta vez mutaron en un peligroso caso de agresión física. Ni la dirigencia de la Unión de Rugby de Tucumán (URT) ni la de los clubes pueden obviar esta clase de situaciones, que van en contra de todos los valores que este deporte predica.
Porque justamente es el rugby el deporte que hace escuela en aquello del correcto comportamiento que deben demostrar los jugadores, como una forma de neutralizar los efectos de una práctica que, por su naturaleza, genera numerosos roces. Además, el rugby lucha contra el permanente estigma de los hechos de violencia que en ocasiones protagonizan, lejos de una cancha, algunos de los que lo practican. Por todo esto es el rugby el que debe dar respuestas a hechos como el que nos ocupa.
El romanticismo atribuido a la frase “el árbitro siempre tiene la razón” quedó prácticamente perdido en el tiempo. Hasta queda claro que los carteles que suelen verse en la puerta de acceso de un club o al costado de la cancha, consagrando el respeto a los jueces, no cumple con su cometido.
En los partidos debe haber límites, más cuando la pasión y las pulsaciones llevan a reclamar por fallos adversos. En situaciones así, ni la adrenalina ni el contexto sirven de justificativo a los improperios a los árbitros, mucho menos la violencia física.
Desde que comenzó el Anual tucumano se ha visto un creciente del mal comportamiento de quienes están en las tribunas. Y el objeto para descargar la furia es el árbitro, a quien directamente se lo está señalando como causante de las derrotas.
Los clubes deben atender esta problemática con seriedad, controlando más estas situaciones. Tienen que actuar aplicando sanciones internas que sean ejemplo, en lugar de mirar para otro lado o directamente cubrir a sus socios. Que se entienda: el mal comportamiento del público se está convirtiendo en un problema general y es necesario actuar antes de que sea tarde.
La Unión tiene que mantenerse firme con las medidas que toma el tribunal de disciplina. Y debe insistir en la prédica para que los clubes pongan un mayor celo en el cuidado de los árbitros. No porque el insulto sea un hecho común hay que naturalizarlo. No porque el nivel del arbitraje pase por un momento que merece un análisis profundo se pueden descarrilar las pasiones. Hay que trabajar en conjunto, charlando, capacitando, aportando ideas, colaborando.
Un marco de respeto es lo que se necesita. También sentido común. El rugby es un deporte emblema para Tucumán no sólo por sus logros, sino también como formador de actores sociales de fuste. Las instituciones cuentan con un prestigio que no puede mancharse. Los árbitros forman parte de este medio ambiente, que nadie lo olvide.